El sacerdocio de personas casadas ha existido desde la época de Moisés, todos estaban casados y eran provenientes de la familia del Sumo sacerdote Aaron como leemos en el Levítico. Algunos hoy día argumentan que lo que se pedía en aquel sacerdocio era simplemente una pureza legal. Pero cuando Dios exigió santidad como signo de estar en intimidad con El, esta orden de santidad seguía siendo más aplicable a los sacerdotes: "sean santos, porque Yo, su Señor, Soy Santo." La santidad es el primer requisito de cualquier sacerdocio, casado o célibe.
Los apóstoles ordenaron a sacerdotes y obispos, sin importar su estado civil. San Pablo ordenó a Timoteo y lo consagró como obispo. Él ordenó al primer obispo de la isla de Malta, que era un hombre casado. Como San Pablo dijo a Timoteo, la única condición que él impuso al obispo fue la de casarse solamente una vez:
“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro;” (I Timoteo 3:2-3)
Algunas personas se sorprenderán al saber qué pasó con Zaqueo, el hombre de baja estatura que Jesús pidió bajarse del árbol de sicómoro y luego visitó su casa. El se convirtió con toda su familia y llegó a ser consagrado Obispo de Cesarea de Filipo. (Historia de la Iglesia: Venturi). El estaba casado cuando tuvo su encuentro con Jesús y posteriormente al ser consagrado obispo.
Nuestro Señor Jesús compartió completamente y plenamente con sus apóstoles, tanto casados como solteros, todo aquello requerido para convertirse en un apóstol. Él no demostró favoritismo para ninguno. Incluso cuando él les dio responsabilidades, buscó las capacidades de cada uno y confió en ellos.
Los apóstoles ordenaron a sacerdotes y obispos, sin importar su estado civil. San Pablo ordenó a Timoteo y lo consagró como obispo. Él ordenó al primer obispo de la isla de Malta, que era un hombre casado. Como San Pablo dijo a Timoteo, la única condición que él impuso al obispo fue la de casarse solamente una vez:
“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro;” (I Timoteo 3:2-3)
Algunas personas se sorprenderán al saber qué pasó con Zaqueo, el hombre de baja estatura que Jesús pidió bajarse del árbol de sicómoro y luego visitó su casa. El se convirtió con toda su familia y llegó a ser consagrado Obispo de Cesarea de Filipo. (Historia de la Iglesia: Venturi). El estaba casado cuando tuvo su encuentro con Jesús y posteriormente al ser consagrado obispo.
Nuestro Señor Jesús compartió completamente y plenamente con sus apóstoles, tanto casados como solteros, todo aquello requerido para convertirse en un apóstol. Él no demostró favoritismo para ninguno. Incluso cuando él les dio responsabilidades, buscó las capacidades de cada uno y confió en ellos.
La cuestión del celibato no era su preocupación. Pienso que las demandas que San Pablo presenta para ser un candidato a obispo son más que suficientes para la vida de un obispo. Al reflexionar de nuevo sobre el sacerdocio del cual provine un obispo se reconocen las mismas demandas que se aplican al sacerdocio.
La Iglesia merece sacerdotes casados y célibes, para regresar a la iglesia la balanza en la vida.
Dios les bendiga a ustedes.
Revdmo. + J.H. Ulises Reyes